"Sábado 7 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Mamá está terriblemente nerviosa, lo que me pone en evidente peligro. ¿Es en realidad un azar que papá y mamá nunca reprendan a Margot, pero que a mí me regañen con frecuencia? Anoche, por ejemplo: Margot estaba leyendo un libro ilustrado con dibujos magníficos; como se había levantado y abandonado la habitación, dejó su libro con el fin de reanudar su lectura tan pronto como volviera. Yo no tenía nada de especial que hacer en aquel momento, y lo tomé para mirar las imágenes. A su regreso, Margot, viendo su libro en mis manos, frunció el ceño y me rogó que se lo devolviera. Yo quería retenerlo un instante más. Margot se enfadó de veras, y mamá intervino, diciendo:
—Margot está leyendo ese libro. ¡Debes dárselo!
Entrando en la habitación e ignorando de qué se trataba, papá notó, sin embargo, el gesto de víctima
de Margot, y exclamó:
—¡Querría verte a ti si Margot se pusiera a hojear uno de tus libros!
Yo cedí inmediatamente, y, después de haber dejado el libro, salí de la habitación..., humillada, según la expresión de papá. No se trataba de sentirse humillada, ni de estar enojada. Estaba simplemente apenada. No me pareció justo que papá me reprendiera sin preguntar la causa de nuestra discusión. Yo misma habría devuelto el libro a Margot, y mucho más pronto, si papá y mamá no hubiesen intervenido: en cambio, se pusieron en seguida de parte de mi hermana, como si ella fuera víctima de una gran injusticia. Mamá protege a Margot, huelga decirlo; ellas se protegen siempre mutuamente. Estoy tan acostumbrada a esa situación, que me he vuelto indiferente por completo a los reproches de mamá y al humor irritable de Margot. Yo las quiero sólo porque son mi madre y mi hermana. En cuanto a papá es otra cosa. Me consumo íntimamente cada vez que él exterioriza su preferencia por Margot, que aprueba sus actos, que la colma de elogios y de caricias. Porque yo estoy loca por Pim. Él es mi gran ideal. No quiero a nadie en el mundo tanto como a papá. El no repara en que no se porta con Margot igual que conmigo. ¡Margot es siempre la más inteligente, la más amable, la más bella y la mejor! Pero, no obstante, yo tengo un poco de derecho a ser tomada en serio. Siempre he sido el payaso de la familia, constantemente se me trata de insoportable, siempre tengo que pagar el doble: primero al recibir las reprimendas, y luego por la forma en que son heridos mis sentimientos. Ya no puedo soportar ese aparente favoritismo. Espero de papá algo que él no es capaz de darme. No estoy celosa de Margot. No envidio su belleza ni su inteligencia. Todo cuanto pido es el cariño de papá, su afecto verdadero no solamente a su niña, sino a Ana, al ser humano Ana. Me aferró a papá porque él es el único que mantiene en mí los últimos restos del sentimiento familiar. Papá no quiere comprender que, a veces, necesito desahogarme respecto de mamá; se niega a escucharme, evita todo cuanto se relaciona con los defectos de ella.
Más que todo lo demás, es mamá, con su carácter y sus faltas, quien pesa de modo terrible sobre mi
corazón. Ya no sé qué actitud adoptar; no puedo decirle brutalmente que es desordenada, sarcástica y dura..., y, sin embargo, no puedo soportar que siempre se me acuse. En todo somos distintas, y chocamos fatalmente. Yo no juzgo el carácter de mamá, porque no me corresponde juzgar; pero la comparo con la imagen que me he forjado. Y ella no es LA madre. Me es necesario, pues, cumplir yo misma con esa misión. Me he alejado de mis padres, bogo un poco a la deriva e ignoro cuál será mi puerto de salvación. Todo eso porque he concebido un ejemplo ideal de madre y esposa que en nada se asemeja a ella, a quien estoy obligada a llamar mamá. Siempre me propongo pasar por alto los defectos de mamá, no ver más que sus cualidades, y tratar de encontrar en mí lo que vanamente busco en ella. Mas no lo he conseguido, y lo desesperante es que ni papá ni mamá sospechan lo que me ocurre y yo los repruebo por eso. ¿Hay padres capaces de dar entera satisfacción a sus hijos? En ocasiones se me ocurre que Dios quiere ponerme a prueba, no sólo ahora sino también más tarde: debo hacerme buena mediante mi propio esfuerzo, sin ejemplos, con el fin de ser más adelante la más fuerte. ¿Quién leerá estas cartas, si no yo? ¿Quién me consolará? Porque necesito a menudo consuelo; con mucha frecuencia me faltan las fuerzas, lo que hago no es suficiente, y no realizo nada. No lo ignoro; trato de corregirme, y todos los días hay que empezar de nuevo. Me tratan de la manera más inesperada. Un día, Ana es la inteligencia misma y se puede hablar de
todo delante de ella; al día siguiente, Ana es una pequeña ignorante que no comprende nada de nada y que se imagina haber sacado de los libros cosas formidables. Ahora bien, ya no soy la niñita a quien se festeja con risas benévolas por cualquier motivo. Tengo mi ideal, es decir, tengo varios; tengo ideas y proyectos, aunque todavía no pueda expresarlos. ¡Ah!, ¡cuántas cosas acuden a mi mente de noche, cuando me quedo sola, obligada como estoy durante el día a soportar a quienes me fastidian, y se engañan sobre mis intenciones! Por eso vuelvo siempre a mi diario, que es para mí el principio y el fin, porque Kitty nunca pierde la paciencia; yo le prometo que, a pesar de todo, me mantendré firme, recorreré mi camino, y me trago las lágrimas. Pero, ¡cómo me agradaría ver un resultado, ser alentada, aunque solo fuera una vez, por alguien que me quisiera! No me reproches, recuerda que yo también puedo estar a veces a punto de estallar.
Tuya,
ANA"
"Sábado 30 de enero de 1943
Querida Kitty:
Me atormento y rabio interiormente, sin poder demostrarlo. Me gustaría gritar, golpear con los pies, llorar, sacudir a mamá; querría río sé qué... No puedo soportar de nuevo, cada día, esas palabras hirientes, esas miradas burlonas, esas acusaciones, como flechas lanzadas por un arco demasiado tenso, que me penetran y que son tan difíciles de retirar de mi cuerpo.
A Margot, a Van Daan, a Dussel y también a papá querría gritarles: "Déjenme en paz, déjenme dormir una sola noche sin mojar de lágrimas mi almohada, sin esos latidos en mi cabeza y sin que los ojos me ardan. ¡Déjenme partir, déjenme abandonarlo todo, y en especial este mundo!".
Pero soy incapaz de eso, no puedo dejar traslucirse mi desesperación, no puedo exponer a sus miradas las heridas que me causan, ni soportar su lástima o su burlona bondad, lo que me haría gritar tanto más. Ya no puedo hablar sin que se me juzgue afectada, ni callarme sin ser ridicula, soy tratada de insolente cuando respondo, de astuta cuando tengo una buena idea, de perezosa cuando estoy fatigada, de egoísta cuando como un bocado de más, de estúpida, de apocada, de calculadora, etc. Durante todo el día no oigo más que eso, que soy una chiquilla insoportable; aunque me ría y finja desentenderme, confieso que todo ello me afecta. Tomaría a Dios por testigo y le pediría que me diese otra naturaleza, una naturaleza que no provocara la cólera ajena.
Pero es imposible, no puedo rehacerme, y sé bien que no soy tan mala como pretenden. Hago cuanto puedo por contentar a todo el mundo a mi alrededor: te aseguro que ni sospechan hasta qué punto me esfuerzo; suelo reírme a la menor cosa para no darles a entender que soy desgraciada.
Pero es imposible, no puedo rehacerme, y sé bien que no soy tan mala como pretenden. Hago cuanto puedo por contentar a todo el mundo a mi alrededor: te aseguro que ni sospechan hasta qué punto me esfuerzo; suelo reírme a la menor cosa para no darles a entender que soy desgraciada.
Más de una vez, después de reproches interminables y poco razonables, le he lanzado a mamá, en la cara:
—No me importa lo que tú dices. No te ocupes más de mí. Soy un caso desesperado, ya lo sé. A renglón seguido me ha sido menester oír que era una insolente; durante dos días se hace caso omiso de mi presencia; o poco más o menos, y luego todo es olvidado y vuelve a entrar en su órbita... para los demás.
Me es imposible ser un día la chiquilla bonita, cuando la víspera estuve a punto de lanzarles mi odio a la cara. Prefiero mantenerme en un justo término, que desde luego no tiene nada de justo, y guardarme para mí mis pensamientos. Si vuelven a tratarme con desprecio, adoptaré, por una vez la misma actitud hacia ellos, para probar.
¡Ah, si sólo fuese capaz de hacerlo!
Tuya,
ANA"
"Domingo 2 de enero de 1944
Querida Kitty:
Esta mañana al hojear mi diario, me he detenido en algunas cartas que hablaban de mamá, y me sentí aterrada por las palabras duras que utilicé para ella. Me he preguntado: "Ana, ¿viene verdaderamente de ti ese odio? ¿Es posible?
Estupefacta: con una de las hojas en la mano, he tratado de descubrir las razones de esa cólera, de esa especie de odio que se habían apoderado de mí al punto de confiártelo todo. Porque mi conciencia no se calmará hasta que haya aclarado contigo estas acusaciones. Olvidemos un momento cómo llegué a eso. Sufro y he sufrido siempre de una especie de mal moral; es algo así como si, habiendo mantenido mi cabeza bajo el agua, viera yo las cosas, no tales como son, sino deformadas por una óptica subjetiva; cuando me hallo en ese estado, soy incapaz de reflexionar sobre las palabras de mi adversario, lo que me permitirá obrar en armonía con aquel a quien he ofendido o herido con mi temperamento demasiado colérico. Me repliego entonces en mí misma, sólo veo mi yo, y derramo sobre el papel mis alegrías, mis burlas y mis pesares, sin pensar más que en mi propia persona. Este diario tiene mucho valor para mí, porque forma parte de mis memorias; sin embargo, en muchas páginas podría añadir: "Pasado".
Estaba furiosa con mamá, y a veces sigo estándolo. Ella no me ha comprendido, es verdad; pero yo, por mi parte, tampoco la he comprendido a ella. Como me quería de veras, me demostraba su ternura; pero, como yo la colocaba a menudo en una situación desagradable y, además, las tristes circunstancias la habían puesto nerviosa e irritable, ella me reñía..., lo que, al fin y al cabo, era comprensible.
Me lo tomé demasiado en serio al sentirme ofendida, al ponerme insolente y mostrarme mal dispuesta hacia ella, lo que no podía menos que apesadumbrarla. En el fondo, sólo hay malentendidos y desacuerdo de una parte y de la otra. Nos hemos envenenado mutuamente. Pero eso pasará. He sido incapaz de admitirlo, y me he apiadado de mi misma, lo que es asimismo comprensible.
Cuando se tiene un temperamento tan vivo como el mío, surge la cólera, tras el enojo. En otro tiempo, antes de mi vida enclaustrada, esta cólera se traducía en algunas palabras vehementes, en algunos golpecitos de pie a espaldas de mamá, y con eso me calmaba.
Cuando se tiene un temperamento tan vivo como el mío, surge la cólera, tras el enojo. En otro tiempo, antes de mi vida enclaustrada, esta cólera se traducía en algunas palabras vehementes, en algunos golpecitos de pie a espaldas de mamá, y con eso me calmaba.
Esa época, en la que podía provocar fríamente en mamá una crisis de lágrimas, ha sido bien superada. Me he vuelto más razonable, y, asimismo, mamá está un poco menos nerviosa. Cuando ella me fastidia, casi siempre me callo, y ella hace otro tanto, por lo que todo parece marchar mejor. Me es imposible sentir por mi madre el amor apegado de una hija. Me falta tal sentimiento.
Acallo mi conciencia con la idea de que el papel es menos sensible que mamá; porque ella, fatalmente, llevaría mis injurias en su corazón.
Tuya,
ANA"
Así es como finalizo esta entrada soy Heidy Yulissa, gracias por su atención.